Quiero estar contigo

Mi bebé tiene 26 meses y sí, es mi bebé. Mientras su supervivencia dependa de que sus progenitores la mantengamos a salvo, protegida y alimentada, seguirá siendo un bebé. Como os decía, mi bebé de 26 meses ya sabe palabras. Está empezando a hacer eso que ahora se llama “verbalizar sus emociones”, y nos dice clara y firmemente lo que necesita cuando lo necesita. Últimamente dice muy a menudo: “quiero estar contigo”. Así, con palabras, pero lleva ya 26 meses diciéndolo de mil formas distintas. Porque eso es lo que un bebé quiere desde que nace: estar contigo. Porque de esas dos palabras depende su supervivencia, y si no lo hubiéramos dicho desde que nacemos, mucho antes de llegar a ser humanos incluso, nuestra especie no existiría. La evolución humana ha sido posible, en parte, porque al nacer sabemos decir “quiero estar contigo” y porque desde que nuestro bebé pasa por el canal del parto, en la madre estallan mil mecanismos hormonales que nos dicen: “tienes que estar con tu bebé”.

Pero la modernización nos ha ido conduciendo a la negación de esta realidad biológica. Os propongo un simple experimento: abrid Google imágenes e introducid “bebé recién nacido” en la barra de búsqueda. ¿Lo tenéis? En mi ordenador aparecen 8 preciosos bebés recién nacidos solos antes de que una madre entre en escena y tenga a su retoño sobre ella. Hacen falta otras 15 fotos para ver a la siguiente mamá y sólo seis imágenes después de otros tantos bebés solitos, aparece otra mami con su bebé sobre ella. Necesitamos otras 19 fotos para ver otra madre, otras 15 para la siguiente… y así hasta terminar la primera página de la búsqueda en la que tenemos más de 100 preciosos bebés en sus cunas y otras superficies, 6 ó 7 mamás que los sujetan sobre su pecho, algún papá que también lo hace, varios ositos de peluche que los abrazan, 4 ó 5 biberones y ninguna lactancia. Esto es lo que nuestra sociedad actual nos dice que es lo normal: que los bebés se alimenten de leche artificial y descansen plácidamente sobre un colchón mientras la mamá se repone del esfuerzo del parto lo antes posible (16 semanas de baja) para seguir siendo productiva para la sociedad. Y esto es lo que espera una madre primeriza hoy en día, para esto es para lo que nos preparan.

El problema es que nadie le ha dicho al bebé lo que se espera de él cuando nazca. De hecho, la información que hemos recibido en el momento del nacimiento nos llega a través de nuestros antepasados más remotos. Han hecho falta millones de años de evolución para llegar a donde estamos, y hay mecanismos maravillosos y milagrosos que nos han conducido hasta aquí. Un bebé, en el momento del nacimiento, tiene la capacidad de pasar a respirar aire, estar en contacto con él, sentir el roce de otras personas y cosas sobre su piel, deglutir y digerir alimento, escuchar sonidos sin amortiguar, emitir sonidos y escuchar su propia voz sin alterarse por ello. En el momento del nacimiento el bebé experimenta por primera vez mil sensaciones diferentes y viene preparado para ello, porque durante millones de años nos hemos ido preparando. Pero hay señales que nos indican qué es lo que espera un bebé de nosotros cuando nace: el bebé espera ser llevado (tenemos el reflejo prensil muy arraigado aún), necesita que le den calor (no somos capaces de regular nuestra temperatura correctamente) y alimentado (nuestro primer reflejo al sentir el pecho de la madre es el de succionar). Y esto no aparece en Google, esto a las madres nadie se lo dice… bueno, sí, se dice que los bebés vienen con altímetro y sensor de movimiento incorporado. Todo el mundo se queja de ello, pero nadie te dirá que eso es lo que ha hecho que seamos lo que somos, porque el bebé que no lloraba cuando su madre lo dejaba en el suelo y no sentía el movimiento propio de sus labores era el que no sobrevivía, y de ése no descendemos. Seguro.

Todo esto se resume en las palabras que mi hija me dedica cada mañana cuando salgo de casa a trabajar, momento en el que su sensor anti-fuga-de-mamá se activa: “quiero estar contigo” y esas mismas palabras me las dice mi cuerpo de madre mamífera cada mañana, se active el sensor o no, “quiero estar contigo”… Que no pueda hacerlo, que mis obligaciones me lo impidan, no es motivo para negarlo. Esa es la realidad, estamos biológicamente programados para no separarnos después del parto, porque el bebé depende de ello y porque la madre lo necesita para recuperarse emocionalmente tras haber gestado 9 meses a su criatura.

Tal vez terminemos mutando y no necesitemos ese contacto tan intenso en los primeros meses de vida, tal vez nuestra forma de vida acabe imponiéndose y consigamos tener bebés que reposan tranquilos y confiados lejos del cuerpo de la madre desde el momento del nacimiento (alguno ya conozco, que en la excepción se confirma la regla), pero creo que para eso hace falta al menos otro millón de años: el carrito del bebé y el biberón son un invento demasiado moderno como para que nuestros hijos hayan mutado genéticamente para adaptarse a ellos. Mientras lo hacen y no, alguien debería decirles a las madres primerizas que no lo están haciendo mal, que no es culpa suya que su bebé no se comporte como nos dice Google, que no es ella la que no sabe conseguir que su bebé “duerma como Dios manda”, que es al revés, que Dios manda que no duerma si no está con ella, y si puede ser enganchado a la teta, mejor. Alguien debería decirnos que lo que nuestro instinto y nuestras hormonas nos mandan es lo correcto y que nuestro papel durante los primeros meses de nuestros hijos es ser su cuna, su carrito, su biberón y su ropaje. Que sólo necesitan una cosa para ser felices: el cuerpo de su madre. Desgraciadamente, crecen y empiezan a interesarse por otras cosas muy pronto, su padre es una de ellas… pero esa viene después.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *