¿Volverías a empezar sabiendo todo lo que sabes?

Yo volvería… ¿sí?

En mi página de inicio, en el inicio de todo este proyecto, el texto empieza con la frase “me encantaría volver a empezar sabiendo todo lo que sé”. Pues os confieso que, desde hace unos días, me ronda por la cabeza esa pregunta que da título a la entrada de hoy… ¿volvería?.

La pregunta vino a mi en la ducha, en una larga ducha de 10 minutos (más de 5 minutos ya hacen que mis duchas sean largas) que me permití el pasado sábado tras discutir y perder los nervios con Sara. A sus 14 años Sara tiene todo el potencial de una mujer sin la capacidad de autocontrol que a mí se me supone y que a veces también me falla. Yo cometí una injusticia (cierto, lo reconozco y se lo he reconocido a ella) y ella se transformó en Mrs. Hyde a la velocidad del rayo hablando, gritando y exigiendo sin parar y sin dejar razonar, y yo me obcequé en hacer que se callara perdiendo por completo la compostura, gritando y tratando de imponerme porque sí. Porque soy la madre, la adulta, la que tiene razón y tú te callas. Fue una escena lamentable que contemplaron Rubén y Carmen, Rubén como parte implicada porque el detonante fue la negativa de su hermana a acompañarle a ver a un amigo (tuve que gestionar con él después su falta de culpa) y Carmen corriendo del salón a la cocina donde estábamos nosotras gritándonos que calláramos e intentado poner paz a su manera.

Tras esta escena y cuando al fin conseguí de muy malas maneras que Sara se doblegara y aceptara que las cosas eran “así y punto”. Cogí a Carmen y me fui a intentar que se durmiera la siesta. Lo conseguí con una velocidad pasmosa, creo que ella necesitaba desconectar y evadirse de la tensión que aún se respiraba en casa. Entonces abrí el móvil y en el grupo de whatsapp en el que nos hemos reencontrado los amigos que nos comíamos el mundo con 14 años, hace ya demasiados, aparecieron las fotos de Ana.

Ana ha seguido un camino totalmente diferente al mío. Algún día, espero que pronto, nos sentaremos tranquilamente con una cerveza en la mano y nos contaremos todo lo que nos hemos perdido la una de la otra, pero ahora mismo lo que sé de Ana es que es soltera, tiene un buen trabajo como periodista y viaja… viaja mucho y lo hace por placer. También sé que no ha perdido su sonrisa y su sentido del humor y que el día de mi bronca con Sara ella estaba de vacaciones buceando. Ese día nos deleitó en el grupo con fotos y vídeos entre aguas cristalinas y llenas de vida… y yo me vi en ese momento atada a mi casa, a mi trabajo, a mis hijos y tan avergonzada de cómo había gestionado el enfado de Sara que me fui a la ducha, mis 10 minutos de ducha, llorando y pensando eso de “¿volvería a empezar sabiendo todo lo que sé?”

Y eso fue el fin de semana, después llegó el lunes, como cada lunes, como cada semana: con Carmen tosiendo mucho por las noches y mal durmiendo porque la tos le interrumpe el sueño y llora, y no hay consuelo; con Rubén y sus despistes apuntando deberes y exámenes en la agenda y con Sara y sus necesidades varias, que son muchas. Y yo que vuelvo del trabajo media hora más tarde de lo que se supone que tengo que volver, sin haber dormido a penas y muerta de hambre, habiendo soportado estoicamente a clientes y compañeros, coche y teléfono, correos y whatsapp, y llamo a la puerta cargada con mil cosas porque he aprovechado para pasar por el super y me abren los tres. Cada día me abren los tres, para pelearse diciendo “quiero teta en el sofá”, “mamá, ¿te acuerdas del examen de sociales que te dije que me había salido muy bien?… pues he sacado un 3… que noooo… que es broma… que es un 8,5” y “mamá, me han dado los papeles de la matricula para el año que viene, me los tienes que firmar, me tengo que hacer una foto y hay que llevar dinero para el seguro escolar”. Estas dos últimas parrafadas se solapan entre ellas, son de Rubén y Sara respectivamente, mientras de fondo y ahí abajo sigue sonando el “quiero teta en el sofá” de Carmen, cada vez más fuerte y exigente. Y yo sólo quiero quitarme los zapatos y la ropa, sentarme con una ensalada en el sofá y ponerme una serie que si es de llorar, mucho mejor. Pero no, estoy intentando pasar entre ellos con mi carga para poder terminar de entrar en casa y quitarme los zapatos mientras cojo a Carmen sobre mi cadera, los papeles del seguro en otra mano y me agacho para darle un beso a Rubén y la enhorabuena por su 8,5 en sociales y, mientras tanto, sigo pensando “¿volvería a empezar sabiendo todo lo que sé?”. Entonces, me imagino a Ana, volviendo a casa del trabajo y descalzándose, desperezándose y acurrucándose en el sofá con una manta y un helado dueña del mando y de su mundo y de sus pensamientos. Y en esos momentos me digo que no, que no volvería a empezar.

Pero… por fin, me siento en el sofá a darle teta a Carmen que lleva ocho horas y media sin verme y esa es su manera de reconectar conmigo, y oigo a Rubén haciéndole una broma a Sara en la cocina, y escucho la risa de mi Dra. Jekyll alocada y despreocupada. Y miro a mi alrededor y veo a mi pequeña y su total admiración y devoción por mi y por su padre, su confianza plena en que vamos a cuidar de ella siempre. Veo a mi niño de ocho años travieso, bromista, inseguro porque ya empieza a no entender muchas cosas de esas “de mayores” que yo tampoco termino de entender, pero confiado en que nosotros estamos aquí para ayudarle, mimoso hasta la médula y necesitado de atención a cada instante. Y veo a mi adolescente pletórica, llena de razones y de sentido de la justicia, haciéndose una mujer valiente y tierna a la vez, aprendiendo qué es y qué quiere ser. La veo tan llena de vida y de cosas por hacer, tan enamorada de sus amigos, tan fiel a ellos, tan segura que da miedo (a mí, a ella no) y tan vulnerable a la vez. Miro y veo, me veo en ellos porque ellos son lo que soy ahora mismo y mi razón de ser. Y me lleno de orgullo, porque lo estamos haciendo bien. He priorizado a mis hijos, en ocasiones por encima de mí misma, y no me arrepiento. Y lo volvería a hacer, volvería a empezar porque el resultado está siendo bueno. Mejor que bueno. Además, tengo el constante apoyo de mi marido, que me calma, me mima y me entiende mejor que nadie, incluso que yo misma. Así que puedo responder a la pregunta con un “SI” rotundo. Sí, volvería a empezar mil veces y ellos volverían a ser mi prioridad.

Aunque confieso que, a veces, hay días y ratos en los que fantaseo con la idea de ser Ana y disfrutar cual sirena bajo el mar, irme muy lejos y no oír la palabra “mamá” jamás… estoy convencida de que ella también volvería a empezar su vida sabiendo todo lo que sabe. Porque somos lo que elegimos y lo que priorizamos y cuando lo hacemos bien todas las elecciones son buenas, todo vale la pena.

Para dar mucha envidia a todas las que somos madres y una ventana para poder fantasear, Ana me ha mandado la foto que adorna esta entrada, yo le mando fotos de mis hijos sacando la lengua y las dos somos igual de felices.

 

2 comentarios sobre “¿Volverías a empezar sabiendo todo lo que sabes?

  1. Ay Sandra, ¡Cuánta verdad! Te admiro por reconocer en público y por escrito (ojo, Sara puede utilizarlo, jajaja) tus errores, tus dudas, tus luchas internas. Pero también tus victorias sobre el agotamiento, tu entrega y tu amor incondicional (Sara: apunta también esto. Tu madre es maravillosa, y lo sabes?). Seguro que muchas madres se sienten identificadas. Yo, por ejemplo. Enhorabuena y un abrazo.

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